Lejos de conformarme con ver los mejores lugares solo por imágenes en una página de Internet, ofreciendo en ingles una estadía a precio dólar (y bastantes), y buena pesca en un lugar a 75 km de mi casa, me prometí recordar y volver a estar en esos lugares que hace 20 años marcaron en mi todo un sentido de pertenencia.
Ya en viaje nos encontramos con el primer problema, el lugar donde habíamos planificado desembarcar se encontraba alambrado por la construcción de la ruta asfaltada y por lo tanto el acceso tendría que ser en la próxima estancia y eso significaba, ni más ni menos, remar muchas horas más.
Con caras desencajadas y sin poder disimular la preocupación por no saber, no sólo si físicamente era posible, sino también y los más alarmante, si lograríamos llegar antes que nos abrace la noche, tratamos de no perder el optimismo que desde un comienzo acompañó a esta idea y apostando a la marcada crecida del río, lo cual lo aceleraba más de lo normal, nos cambiamos, y nos despedimos con un saludo final antes de la travesía a la cámara de Néstor y hombres al agua!
La monotonía de la paz solo se veía violada por nuestros gritos de alegría por presentir que la experiencia ya era grandiosa pero iba a serlo mucho más a medida que avanzábamos con cada palada, podíamos sentir que algunas truchas salieron de su letargo invernal y reaccionaron ante nuestro paso regalándonos un borbotón violento en la popa del kayak justo en el pozón de la estancia La Carlota, lugar muy rentable para sus administradores en temporada de pesca.
Otras aves curiosas hacían su vuelo rasante atravesando el río y obligándonos a encoger los hombros y a bajar la cabeza por las dudas, y sin exagerar ni un poquito en mis palabras, uno se posó exactamente en la punta delantera del kayak mirándo de costado, jugando a hacer algo distinto, quizàs como yo, como queriendo que lo llevara un poquito a navegar, pero sólo unos metros porque al parecer debía volver al nido o con los demás. Me dibujó una trayectoria en el cielo y regresó a mis espaldas. Sensacional entorno en el que me encontraba y que no podía creer, quería en ese momento ser alguno de ellos, y me preguntaba cómo nos verían, quizás no se imaginaban que éramos nosotros, pero seguramente se organizaron para reconocernos a través de mi breve pasajero a bordo.
A pesar de pretender previamente ir dibujando un mapa mental del recorrido, las vueltas, curvas y contra curvas entre bardas casi borradas por la crecida, pozones entre paredes talladas por el viento, y un sinfín de pequeños rápidos se encargaron de confundirnos y de no poder memorizar ni siquiera el ultimo kilómetro transitado, y a tal punto de pensar en que demorábamos demasiado en llegar a lugares relativamente cercanos desde la ruta y eso era para nosotros la única certeza.
Media hora después y volviéndonos a meter al cockpit más adoloridos que antes, tratábamos de relajarnos, pero sabíamos que se acortaba el día y que no llegaríamos al lugar donde nos esperaban con los sanguchitos y los mates calientes, o al menos eso deseábamos.
Como si no nos importara, seguimos avanzando hacia el esperado lugar encajonado por paredes de roca que silenciaba al viento y nos obligaba a respetar esa calma bajando nuestra voz y tratando de registrar todo el paisaje rural, digno de ser copiado a pincel sin escatimar en colores.
Llevávamos cinco horas cuando un rolido inesperado y sin una razón de la física que pudiera explicarla, ni tampoco una sospechosa turbulencia que previniera el error, me hizo ver lo oscuro de la profundidad, sentir lo helado que está el río en este momento del año, lo ensordecedoramente poderoso que es el caudal y lo preparado que debía de estar para ese encuentro mano a mano. No existía una causalidad ni conexión en los hechos, ni un ola, ni una rafaga de viento, ni una distracción, simplemente debía suceder a modo de clase magistral ante un alumno incondicional y entusiasta.
Ya en la orilla y luego de derivar varios metros rio abajo, con los dientes castañeando y un sentido perdido…el humor, nos fijamos como meta una sola salida… la tranquera más cercana que nos haga encontrar a Néstor aunque fuera caminando. Para nuestra suerte y con ayuda, lo logramos.
La sorpresa la tuvo él al ver que de nada sirvieron los largavista que tenía para vernos a la distancia, en una posición que permitía controlar varias curvas río arriba, ya que llegamos a sus espaldas, charlando y por la tranquera.
En el camino de regreso el sol, nuestro inestable compañero, ya se despedía. En nuestros rostros quemados se reflejaba el cansancio de todo el día y en los ojos, un brillo que delataba la felicidad contenida. Estaba claro de que éramos distintos, muertos pero más vivos, con el alma inmune y la pasión inalterable, más intrigados, y más convencidos de que eso que hicimos, será en el futuro, “peor para el río” que nos tendrá que aguantar.
(para los que dedican un día de su vida a encontrarse en el Río Gallegos y cuidar la vida en él)